ROMANCE DEL ACABOSE
Aquello puede acabarse del modo que te convenga.
Yo te prometo colgarme en el pescuezo una piedra y echarme de noche al río sin que tú misma lo sepas. Yo estoy dispuesto a cargar con la pólvora más negra un cachorrillo de hierro y que las sienes me muerda. Yo buscaré un escorpión de uña retorcida y negra y dejaré que en mi pecho toda su ponzoña vierta. Esto se puede acabar del modo que te convenga: esta tarde o esta noche o después, cuando amanezca. Sólo con que tú lo digas,
se acabó la historia aquella. Pero lo que no podrás es que acabemos a medias, que en amistad trastoquemos lo que fue pasión deshecha; que tú vayas por la calle y yo, por la calle venga y nos digamos ¡adiós! como amigos que se encuentran. Que tu digas: “aquel tiempo…” que yo diga: “aquella fecha…” y que los besos sorbidos boca a boca, vena a vena, no se nos pongan de punta como claras bayonetas y nos claven por cobardes sobre la cruz de las piedras. Amantes fuimos los dos, que amarse no da vergüenza; comimos del mismo pan, pisamos la misma hierba y las paredes calladas huelen, al que olerlo sepa, a vida que hicimos juntos llevando la misma senda. Amantes fuimos los dos: el fuego tú, yo la yesca, tú la soga, yo el caldero, tú el aire, yo la veleta. Años enteros unidos en una misma cadena de sobresaltos y besos, de conciencia y de inconsciencia, de quietud y de inquietud: ¡Ay Dios, que si lo barruntan! ¡Ay Dios, que si lo comentan! ¡Ay que si me ven contigo! ¡Ay que contigo me vean! Besos entre sobresaltos, entre amarguras, promesas; saber engañar a todos y tener la verdad nuestra, de estar por dentro casados en una alianza secreta. Casado estuve contigo; aros fueron las estrellas y en el libro de la vida, quedó por siempre una fecha que era Junio y era un día que olía a cosas eternas. Amantes fuimos los dos, que amarse no da vergüenza; amantes fuimos del llanto, amantes de complacencia, amantes porque me diste todo lo que yo te diera. La vida tuya fue mía, la mía, tú te la llevas; ¡hasta ayer! Y ayer me dices claramente y por las buenas, que nos conviene acabar con aquella historia. ¡Aquella! Esto no nace de nuevo, no lo improvisas a ciegas; esto es razón razonada, agua que viene de alberca. Y, ¿que vamos a acabar? Bueno, ¡como mejor que convenga!, yo estoy dispuesto a colgarme en el pescuezo una piedra y a echarme de noche al río sin que tú misma lo sepas. ¿Tú que harás? ¿entrarte a monja?
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